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Los días pasan y el escándalo no cede. Es que Balenciaga, una de las marcas más reconocidas del mercado del lujo, dio un "traspié" que no sólo le costará millones sino que también abrió un debate social sobre el verdadero precio de la notoriedad. ¿Realmente se puede cruzar cualquier límite con tal de lograr más "likes", más visitas, más reacciones?
8 de diciembre de 2022
Uno puede haber sido casualidad. Dos, no. Y lo cierto es que en pocos días y en noviembre, la reconocida marca de moda Balenciaga -un verdadero imperio que fabrica ropa, accesorios, perfumes y muchos objetos más, carísimos todos- no una sino dos campañas publicitarias en las que se mostraba a nenes y nenas muy pequeños rodeados de objetos y alusiones a prácticas sexuales como la disciplina, la sumisión, las ataduras (bondage) y el sado masoquismo.
El osito que sostiene esta nena está ataviado con ropas usadas en prácticas sexuales SM.
La primera de esas campañas salió a la luz hace días y se proponía impulsar las ventas de cara a la Navidad. Primer asombro: las fotos estaban llenas de niños y niñas muy pequeños promocionando accesorios para adultos. Primer detalle a tener en cuenta.
La segunda campaña estaba destinada a promocionar la colección de verano de la marca y volvía sobre la misma temática pero esta vez de un modo todavía más explicito: debajo de una de las carteras en exhibición, estaba la sentencia a través de la cual, en 2008, la Corte Suprema de Justicia de los Estados Unidos había condenado la distribución de pornografía infantil.
Pero tal vez lo peor de todo sea que lo que a un ojo no iniciado en el sadomasoquismo podría llegar a escapársele no se les escapó a quienes sí conocen del tema. Máscaras, muñequeras, atuendos idénticos a los que practican furries (disfrazarse de animales para tener sexo grupal y anónimo), cadenas, látigos...
Cada pieza de la campaña en la que nenes y nenas posaban sin sonreír ni una sola vez -sosteniendo un bolso o directamente acostados boca abajo sobre un sofá, muy cerca de una mesa con copas de vino tinto a medio tomar- es en realidad un jeroglífico saturado de signos que los pedófilos supieron leer de corrido y que los demás entendieron incluso sin saber "el idioma". Y las redes estallaron, claro.
Hubo entonces lo que siempre hay: asombro, indignación, una lavada de manos olímpica de parte de uno de los fotógrafos que estuvo a cargo de las tomas, una sola reacción de una de las caras de la marca (Kim Kardashian) y un sonoro silencio de parte de Nicole Kidman, quien en medio del escándalo no tuvo problemas en postear un retrato suyo vistiendo una prenda de la nueva colección de la marca. Sus seguidores le dijeron- escribieron, mejor dicho- de todo.
Después hubo más de lo previsible: Balenciaga acusando a la agencia responsable de la campaña (North Six, una empresa de comunicación que ha hecho trabajos para Zara, Chanel, Yves Saint Laurent y muchas marcas más, todas igual de rutilantes) de haberse excedido en sus atribuciones. La demandó en 25 millones de dólares pero a esta altura de las cosas lo único que quedó claro es que nada se hizo sin contar con el acuerdo de la casa matriz. Porque, y eso también es evidente, el sistema de controles en esas líneas de producción que mueven verdaderas fortunas de temporada en temporada es, más que estricto, ultra detallista. Y nada que no haya sido aprobado por varios controles de la marca sale a la luz.
Pero, desatado el escándalo, todo el mundo salió a disculparse. Y hasta lo que al principio no tuvieron mejor idea que guardar silencio finalmente recuperaron la voz. Incluso Demna Gvesalia, el director creativo de Balenciaga desde 2015 y la cabeza detrás de toda la colección, pidió disculpas de un modo bastante particular al hablar de "la elección de un concepto artístico equivocado".
Mientras tanto, las acciones de Balenciaga siguen en caída libre y las redes sociales están saturadas de personas que queman -y se filman quemando- los productos de la marca. La leyenda "¡Pedófilos!" no tardo en aparecer en el frente de varios locales alrededor del mundo. Definitivamente, esta vez se ha cruzado un límite. Y a una firma casi centenaria le costará bastante más que unos cuantos millones de dólares.
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