Sociedad
Una veintena de municipios se engalanan con los excepcionales edificios desarrollados por el arquitecto ítalo-argentino, Francisco Salamone, que por décadas fue el secreto mejor guardado del país. El reconocimiento póstumo, la Década Infame y un legado que imprime su huella a lo largo de la provincia.
Por: Migue Fernández
4 de noviembre de 2023
El Ángel Vengador sobresale en el
paisaje urbano de Azul, localidad del corazón de la provincia de Buenos Aires. La imponente escultura de hormigón y rostro adusto
encabeza el pórtico de entrada al cementerio local, una construcción de 22
metros de altura y 43 de frente en la que se imprime en mármol la sigla de Requiescat
in pace (RIP), epitafio que significa descanse en paz en latín. El portal es punto de
partida a la obra de Francisco Salamone, el arquitecto siciliano cuyo
monumental legado moldea casi una veintena de municipios de la Provincia de
Buenos Aires.
Nacido en 1897 en la localidad de Leonforte, Italia, Salamone
emigró a la Argentina cuando era niño y siguió los pasos de su padre
arquitecto. La Escuela Técnica Otto Krause primero, las universidades de La
Plata y Córdoba después, cunas formativas del arquitecto e ingeniero civil
cuyos trabajos empezarían en los años '20. Sin embargo, lo que despierta
fascinación es su llamada "etapa bonaerense", expresiones de vanguardia en la
pampa húmeda enmarcadas en la Década Infame.
El recuento histórico se presenta necesario. En 1936, el entonces gobernador de la provincia de Buenos Aires Manuel Fresco puso en marcha un plan de construcción de edificios públicos, con bonos municipales con los que financiarse. Salamone participó en forma activa en el programa. A lo largo de cuatro años, hasta 1940, desarrolló de manera simultánea 72 obras en 18 municipios.
Matadero de Epecuén. Foto: Telam.
"Hay por lo menos 30 obras que tienen un valor arquitectónico único e importancia edilicia, que uno
rescata como importantes", explica a El Editor el arquitecto René
Longoni, un estudioso de del trabajo de Francisco Salamone, de quien
escribió tres libros. Palacios o delegaciones municipales, mataderos, portales
de cementerios, parques públicos y equipamiento urbano, escuelas. La prolífica
etapa bonaerense da cuenta de una diversidad de obras, pero que a la vez
respondían a las limitadas necesidades puntuales de cada localidad.
Carhué, Coronel Pringles, Guaminí, Laprida, Rauch, Balcarce, Saldungaray o Salliqueló, entre otros, son puntos dentro de la llamada Ruta Salamone, un recorrido para apreciar la mano del arquitecto de las pampas y de los equipos que trabajaron con él. Diseños filosos de gran porte, torres elevadas y simbología cristiana, vestigios del racionalismo y de la modernidad europea que se imprimen con fuerza insoslayable en cada municipio.
"Su arquitectura es
personal, él no tuvo padrinos", afirma Longoni respecto a la ausencia de
una influencia definitiva para encuadrar su obra. Conviven en sus fachadas el
art déco, el neocolonialismo, el modernismo, los alemanes de la República de
Weimar o el futurismo, lo que justifica un estilo propio.
"Las obras posteriores al momento bonaerense no repiten los estilos, la fuerza, la creatividad o el barroquismo que demostró. Es una cosa muy aislada, muy original, que no vuelve a darse", resalta el arquitecto.
Cementerio de Saldungaray.
"Se terminó Buenos
Aires y se terminó Salamone"
No se ignora que el grueso de la inventiva salamónica se
produjo en el marco de un período oscuro de la política argentina, una época
signada por la censura, la violencia, la proscripción y el fraude como forma de
hacer patria. La intervención federal al sucesor de Manuel Fresco en 1940 y la
Revolución del '43 pusieron fin a los proyectos no concluidos y a los aceitados
mecanismos para conseguir licitaciones.
Para Longoni, lo mejor de Francisco Salamone se terminó al
compás de esa etapa. El olvido fue lo que le deparó el destino al destacado
arquitecto tan ligado a la época fresquista, hasta que el tiempo lo
reivindicaría como el osado vanguardista que fue. Debieron pasar casi 60 años
hasta que una exposición del fotógrafo norteamericano Ed Shaw, en 1997, puso
todo el cuerpo de trabajo bajo una nueva óptica y lo dotó de una popularidad
que hoy es cada vez mayor.
Por años el secreto mejor guardado de la arquitectura argentina. Salamone falleció en 1959 con un estado de salud deteriorado por la diabetes y una serie de infartos. El descuido familiar de su archivo personal condujo a la pérdida de documentos y proyectos, con lo que al día de hoy hay un arduo trabajo de investigación y recuperación de lo producido. "Hay obras de Salamone que se perdieron completamente. Son proyectos de los que no se sabe nada", se lamenta René Longoni.
Mondo Salamone y la
fama póstuma
En tiempos de redes, se generaliza la
fascinación que el arquitecto despierta. Martín
Aurand es fotógrafo y divulgador de su obra. Es el creador de Mondo Salamone, un proyecto multimedia
que desde 2010 comparte imágenes y experiencias vinculadas a este cúmulo de
trabajo. Su interés se despertó como el de tantos otros que lo contactan: al
encontrarse cara a cara con una de sus creaciones y sentir que se trataba de
algo propio de otro planeta.
"A mí lo que
más me llama la atención es que todos los días recibo mensajes, pero no de
estudiantes de arquitectura o académicos. El 95 % de los que me escriben es
gente interesada por conocer más de este hombre, de las obras, de los lugares",
sostiene en diálogo con El Editor. Por
lo tanto, concibe que se trata de un fenómeno popular y no particularmente
"elitista".
El efecto lo produce ese contraste de
edificios imponentes, extravagantes y dramáticos en escenarios rurales, que se
constituyen en verdaderos atractivos turísticos para cada municipio. Natalia Saizar, coordinadora de Turismo
en Laprida y del Centro de Interpretación de las Obras de Salamone, reconoce el
impacto que la obra tiene como impulso económico en cada partido. Es que los
pequeños comercios de la zona se benefician de los contingentes que moviliza el
turismo interno.
"Laprida
es el corazón de la obra de Salamone, porque estamos en el centro de la provincia
de Buenos Aires", afirma en diálogo con este medio. Desde su espacio
organizan todo tipo de actividades para ayudar a difundir el legado salamónico:
tours en bicicleta, visitas guiadas, recorridas informativas por escuelas u
hogares de ancianos.
En tanto, Aurand considera que si en algún momento hubo
rechazo a la obra, en la actualidad se ha transformado en apropiación por los
beneficios que genera en pequeñas localidades y sus pequeñas economías.
Saizar habla en
términos de sentido de pertenencia, con una suerte de compromiso que debe
asumir cada habitante para cuidar esos recursos que Salamone legó, que todavía
se mantienen en pie y sobre los que aún se hacen descubrimientos. "Desearía haberlo conocido. Lo admiro cada
día más", concluye.
René Longoni, por su parte, propone bajar al genio a la tierra. Reconoce en el arquitecto su formación universitaria, con la efervescencia e inquietud de la época, sus habilidades empresariales, proyectuales y de manejo de obra, pero sostiene que no era un personaje renacentista, un creador solitario que lo hace todo por sí solo.
"Su legado es consecuencia de un equipo formidable, muy homogéneo. Yo me imagino que Salamone tenía un poco el rol de ser un mascarón de proa: el que hacía las tratativas, firmaba los contratos y definía un poco la idea", sostiene.
La hipótesis explica mejor lo hecho a lo largo de esos
prolíficos años bonaerenses y los tesoros desperdigados a lo largo del
territorio. El personaje es más humano. Y, como su obra, más real.
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