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El metegol, un clásico inoxidable que conserva su vigencia

El juego que ha sabido conectar a grandes y chicos a lo largo de los años todavía despierta pasiones. Jugadoras y jugadores aficionados, profesionales y diseñadores comparten sus experiencias alrededor de las canchas

Por: Migue Fernández
7 de octubre de 2023

Futbolín, taca taca, foosball, baby-foot, fútbol de mesa. Cada país tiene su forma de llamar al metegol, un clásico que trasciende fronteras e idiomas. Solo basta que una pelotita ruede para crear un vínculo entre cuatro personas, que no tienen por qué conocerse. Infaltable en cualquier bar o club que se precie de serlo, conserva su vigencia como un juego intuitivo que conecta generaciones.

Gol de arquero vale doble. No vale molinete. Sea por diversión o competencia, hay ciertas reglas grabadas a fuego. Se tienen que respetar las normas básicas de convivencia para no descender al caos. ¿Jugar por la ficha? ¿Ganador queda en cancha? El asunto se complejiza cuando hay algo más en disputa. Todos quieren disfrutar, pero están los que la amasan y los que solo patean para adelante.

Romina Rascovan tiene 35 años, es licenciada en nutrición y encontró en el juego una forma de conocer a otros y pasarla bien de manera sana. De vacaciones en Miramar, veía cómo algunos se pasaban la noche entera al frente de una mesa mientras que los menos habilidosos esperaban su turno para jugar y perder. "Me parecía injusto que gane siempre el mismo y que el resto de las personas no tuviera posibilidad", comenta en diálogo con este medio.

Desde el 2012 está al frente de "Encuentro de Metegol" (@encuentrodemetegol) y organiza torneos de los que participan entre 20 y 40 personas, que se llevan adelante en bares como el San Bernardo de Villa Crespo. Los lugares son propicios para tomar algo, distraerse y entrar en contacto con gente nueva.

"Se generan climas piolas y relajados. La idea es dejar el celu un rato, mirarnos a los ojos y compartir una situación real, no tan virtual", explica. Desde ya que, como en todo, están los que disfrutan de participar y los que pueden dedicarse con mayor intensidad a su disciplina.

Dejaría la medicina para dedicarse al metegol

El que gana todos los partidos también tiene posibilidades de desarrollar y perfeccionar sus habilidades. Es cuestión de entrenamiento, como cualquier deporte. Los torneos amateur excluyen a los profesionales, aquellos que están para otro nivel de competición. Daniel Juárez (39), es uno de ellos.

Es médico cirujano y entrena más de dos horas diarias para mejorar la técnica, además de complementar con bicicleta y crossfit. Para desarrollar los reflejos y la coordinación óculo manual, repite 50 veces un movimiento, después otro y así. "Es precisión y velocidad. Pensá que un tiro de la delantera levanta 52 km/h en 18 centímetros. Es muy rápido", afirma a El Editor.

Sin ningún tipo de subsidio o sponsoreo a nivel estatal, tiene en el horizonte competencias internacionales como la Copa América 2024, que se desarrollará en Brasil, y la Copa del Mundo 2025, aún sin sede definida. Asegura que se trata de una pasión, que el entrenar lo motiva y le da placer. "Yo dejaría la medicina para dedicarme al metegol", declara.

Su dedicación lo llevó a abrir un centro de entrenamiento en Haedo, donde tiene cuatro mesas orientadas a la mejora del rendimiento. Las compró con su propio dinero, con lo que es muy cuidadoso y determinante a la hora del convite. Solo invita a jugadores profesionales, aquellos que sabe tendrán un comportamiento aceptable y cuidarán las canchas.

La mesa, ese delicado objeto de deseo

Así como no es lo mismo jugar sobre el césped que sobre el piso, es primordial la superficie sobre la que rodará la pelotita. Ya no se producen modelos clásicos como el que combinaba laterales y arcos de fundición con mueble de madera. Variantes de aluminio y chapa, también plástico, reemplazan a los hoy míticos Estadio A3, Cosmos o La Cancha.

Sonia Carro se las ingenia para mantener viva la llama del metegol retro. Vive en San Justo, es administrativa y en los tiempos libres se dedica a restaurar ejemplares antiguos. Le compraron uno a su hija, a quien describe como una excelente jugadora, y lo renovaron. Lo vendió para cambiar de modelo y así empezó.

En el ambiente encontró una pasión, con lo que pasó a explorar distintas técnicas. Metegoles fileteados, pintados con epoxi, pintura al fuego, con variedades de colores y distintos motivos a las canchas, pero siempre en la búsqueda de mantener el espíritu original. "Tratamos de darle la mejor vida posible", ilustra a El Editor.

En otro extremo del espectro está Martín Sétula, diseñador gráfico y fundador de Proxtadium. Es el hacedor de un producto premium en Pergamino, sin parangón en el mundo. Es que sus metegoles son réplicas de la Bombonera, el Monumental, el Libertadores de América o el Cilindro, estadios en miniatura que llevan el juego al nivel de lujo.

"La idea era hacer algo innovador y espectacular, sin perder la parte funcional que es lo divertido del juego", cuenta a El Editor. Su objetivo fue hacer un producto de merchandising deportivo, inversamente proporcional a lo que se hace en China en términos de gran escala y bajo costo. Para terminar de elevar la experiencia, tienen incorporados luces y sonidos, con canciones de cancha grabadas.

Lionel Messi es el ilustre dueño del primer ejemplar del Estadio Icónico de Lusail, donde se jugó la final de la Copa del Mundo en Qatar. Desde luego que el partido es contra Francia y tiene recreado a cada integrante de la Scaloneta. Se trata del último modelo desarrollado por la empresa y el 10 se sumó a las filas de otras figuras que tienen un lujoso metegol en su hogar, al igual que Carlos Tévez, Roberto Carlos, Ronaldo o Chiqui Tapia.

Profesionales o aficionados, restauradores de clásicos o fabricantes de artículos de punta, todos coinciden en la pasión que el juego despierta. En su capacidad para llegarle a grandes y chicos, conectado al deporte popular por excelencia, y el sostener su vigencia a través del tiempo, más allá de la época signada por las pantallas.

Es cuestión de que esa pelotita blanca o amarilla que carga en su superficie las marcas de cientos de partidos ruede, para volver al colegio, al club de barrio, al viejo bar de la zona. A las horas compartidas a la espera de ese sonido metálico seco, tan característico, que indica que la pelota entró al arco y no va a salir. Eso hasta que otro saque del medio y empiece el próximo partido.

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