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Heavy metal y punk argentinos: un rito de pasaje de la dictadura a la democracia

Cuatro décadas atrás, las adolescencias que crecieron durante la dictadura cívico militar canalizaban la opresión a través de nuevas propuestas que conjugaban el sonido de la furia con mensajes descarnados

Por: Eugenia Tavano
2 de septiembre de 2023

Hace 40 años, el rock argentino se consolidaba como un fenómeno sociocultural fundamental. Bandas como Los Violadores, que daban sus primeros pasos, ya en su primer disco en 1983 cantaban sobre la represión. Podía jactarse de tener un pasado, contar con un mito del origen y ostentar referentes que, más allá de la música, también gravitaron en el periodismo y en la -por entonces llamada- intelectualidad. Una línea de tiempo que hilvanaba, entre otros, a La Perla del Once, Tanguito y "La Balsa", con Sábados Circulares de Pipo Mancera -donde Sandro convivía con Billy Bond-, las metamorfosis de Charly García, Luis Alberto Spinetta, el éxito y posterior exilio de Moris y Lito Nebbia, y hasta una importante bitácora de toda esa experiencia: El expreso imaginario, la legendaria revista fundada por Jorge Pistocchi.

Pero fue, justamente, en la época comprendida entre los prolegómenos de la última dictadura cívico militar y la recuperación democrática, que el rock del país también se vio transformado por la realidad que vivían las juventudes. Los pibes, las pibas y sus experiencias de entonces eran distintas a las del Onganiato que había dado el marco político a los inicios de la movida. Además, eran otros los consumos culturales que llegaban desde afuera.

Así las cosas, a fines de los '70 surgieron con fuerza dos nuevas expresiones: el heavy y el punk de industria nacional. "La aparición de V8 fue algo totalmente disruptivo en el rock, marcó un quiebre importantísimo entre lo que fue y lo que vino, salvo honrosas excepciones como Riff, El Reloj o Willy Quiroga", recuerda Gustavo Rowek, histórico baterista de Sourmenage, V8 y Rata Blanca, acerca de la banda que marcó el metal criollo. "No éramos bien recibidos ni bien vistos, y en el B.A Rock nos lo hicieron sentir bastante", acota irónico a este medio sobre el violento intercambio que tuvo el grupo que integraba junto a Ricardo Iorio (bajo), Alberto "Beto" Zamarbide (voz) y Osvaldo Civile (guitarra) con el público del legendario festival realizado en Obras en 1982. Una ocasión donde la banda de campera de cuero y tachas empezó a demostrar que no tenía (ni quería tener) nada ver con los artistas de ese encuentro, que incluía al manso y tranquilo Piero, Lito Nebbia y Pedro y Pablo.


V8, grupo de heavy metal argentino.


"Pocas veces se vio ese quiebre generacional entre la predictadura y la posdictadura -sigue Rowek-. Yo entré a los 12 años al Industrial y crecí con una bota en la cabeza, y parte de la respuesta y la rebeldía, para todos los que empezábamos a hacer música, fue V8". El debut discográfico del combo marcó un hito: Luchando por el metal se editó, también, en el emblemático '83, y además de la potencia arrolladora de su sonido, expresaba un mensaje contundente, la frustración y la violencia que vivían quienes por entonces orillaban los 20 años.

"Era muy difícil salir. Siempre que nos acordamos de esa época, volvemos a ese punto; lo más complicado era llegar a un lugar. Había tantas postas en el camino que en alguna caías: la portación de cara, con o sin documento era igual, te paraban, te chupaban", explica Rowek. El avasallamiento de las fuerzas del orden, se sabe, tenía su correlato en la crisis económica. El heavy metal argentino catalizó al instante el malestar de esos hijos e hijas de la clase obrera, de los barrios y los suburbios del Gran Buenos Aires y del resto del país. "Uno se identificaba mucho con las letras de V8", cuenta a El Editor Claudio "Pato" Strunz, otro mago de los redoblantes, referente del género con proyectos como Jerikó, Hermética y Malón. "Era pensar: 'esto es lo que yo siento, y estos tipos lo están diciendo'". El "Pato" se crió en La Tablada; hijo de una peluquera y un obrero fabril santiagueños, siendo un pibito, un disco de Deep Purple le cambió la vida. Cursó prácticamente todos sus estudios en Mataderos y comenzó a castigar los parches en un cuartito en el fondo de su casa.

"Hay letras como las de Hermética, del disco Ácido Argentino, que tienen un mensaje muy social y que calza muy bien con la realidad latinoamericana, no sólo la argentina", cuenta Strunz. Uno de los clásicos que dejó ese álbum de 1991 es "Gil trabajador", letra que escribió Ricardo Iorio para el grupo que lideró después de V8. El "Pato" pudo comprobar la contundencia de esos estamentos con lo que siguió. "Lo viví con Malón (la banda que formó después de Hermética con sus excompañeros de grupo Claudio O'Connor y Antonio "Tano" Romano, a los que se sumó Karlos Cuadrado, N. de R.); eso de estar, por ejemplo, en Nicaragua, y ver que un pibe está cantando súper emocionado una canción como Espíritu combativo, que la escribí yo en el colectivo".



El punk en Buenos Aires

En paralelo a ese aluvión heavy, aterrizaba el punk en Buenos Aires. El origen fue bastante distinto, ya que las propuestas que sobrevolaban la escena del rock en el Norte llegaron a la Argentina gracias a los discos importados que compraban en sus viajes familiares los chicos "bien". "Hari-B (el apodo que tenía Pedro Braun), que armó Los Testículos y después Los Violadores, en el '77 trajo discos de Blondie, Ramones, los Sex Pistols, The Clash... Nos quedamos todos como locos", recuerda Robert "el Polaco" Zelazek, bajista de Los Violadores y más tarde, de A.N.I.M.A.L, figura clave de esa movida de la que fue parte en más de un proyecto. "Casi todos los fines de semana tocábamos en el mismo lugar, un boliche atrás del Hospital Alemán, con Trixy y Los Maniáticos (grupo liderado por Sandra Chaya y donde el Polaco fue guitarrista, N. de R.), Los Violadores, Los Laxantes, Los Baraja, Diana Nylon... Aparecían los patrulleros y te daban palazos para que tengas. A pesar de que ya estaba la democracia, no era muy respetada por 'las fuerzas del orden' (remarca las comillas). Ellos seguían con su mentalidad castrense y represora".

Los Violadores, el grupo cuya formación más conocida contó con Enrique "Pil Trafa" Chalar (voz), Stuka (guitarra), Sergio Gramática (batería) y el Polaco (bajo), no podría salir ahora con ese nombre, pero tampoco pudo entonces, aunque no justamente por una reivindicación feminista. Zelazek cuenta que algunas de las primeras veces que tocaron, los renombraron "Los Voladores". Sobre la banda que se hizo popular con la ya mencionada "Represión" y que cerraba su álbum debut con una versión punkie y sarcástica de "El extraño de pelo largo", el bajista acota: "Las letras se basaban en el movimiento heavy y el movimiento punk original, el de afuera. Acá en la Argentina, ese rasgo también lo importaron de, por ejemplo, Inglaterra, donde en el '75 o el '76 el punk era un movimiento totalmente social". Sin embargo, el gesto que se inició -si se quiere- más como una mímesis, marcó a una gran cantidad de grupos que siguieron, muchos de ellos pioneros a la hora de abordar problemáticas políticas y sociales que incluían los derechos del colectivo LGBTIQ+ o la militancia por el aborto legal (Fun People, She Devils, entre otros).


"En esa época era 'ellos y nosotros', porque además estaban prohibidos los partidos políticos, así que era corto el asunto", vuelve Rowek sobre los estertores de la dictadura. "El heavy hablaba a full de las injusticias sociales que vivía la clase trabajadora. El rock supo captar, y siempre fue, el reflejo de la rebeldía. Y las clases humildes eran las que lo consumían". Con las particularidades propias que se dieron dentro de cada género, el heavy y el punk argentos llevaron la disconformidad primigenia del rock a otra nivel; una honestidad brutal, producto de los años de plomo, que bien pudieron, de mínima, interpretar e interpelar, incluso acompañando, ya en democracia, distintas iniciativas o reclamos superadores de su ámbito. Los años que siguieron trajeron cambios inevitables a nivel social y de la industria de la música, pero ambas movidas, hasta hoy, cuentan en su historia ese cruce de las grandes aguas, o más bien, el de las trincheras de fuego.

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