Opinión
El ajuste como bandera y la represión como marca registrada. Una mirada sobre una candidata que cree interpretar su época
Por: Agustín Alvarez Rey
15 de julio de 2023
Eliminar, reprimir, ajustar. Promesas de campaña. La nueva era
de la comunicación política. El eliminado, el reprimido, el ajustado es el otro.
La grieta parió una visión distópica de la realidad. La operación de comunicación
se basa en un mecanismo sencillo: lo que propone mi candidato nunca es en mi
contra, es contra los que están de aquel lado de la grieta.
Pero, para lamento de los militantes de la grieta, el país
es uno solo. No hay grieta en la realidad. El ajuste y la represión será para
todos. La eliminación de derechos quedará codificada. Las leyes son para todos,
no hay grieta en el articulado de ningún código.
Radicalizar para vencer, vencer para ajustar. La lógica que
le imprime Patricia Bullrich a su campaña representa una novedad en la
Argentina. Va más allá de los usos y costumbres. "Si decía lo que iba a hacer
no me votaba nadie", aseguran que dijo Carlos Menem antes de reformar el
Estado. "Lo que está bien lo vamos a dejar", prometió Mauricio Macri. Los
resultados están a la vista. La historia no se mancha.
Pero Bullrich va más allá. Cree interpretar una época. Pinta
su aldea política y cree que pinta al mundo de la política. Sus asesores están
convencidos de que no habrá costo por ajustar si el ajuste es parte de la
campaña. Difícil imaginar un escenario calmo cuando el que tenga poco, no tenga
nada. O cuando el que no tiene nada, no tenga ni eso.
Las encuestas que circulan exprofeso por medios de
comunicación la dan triunfadora en la interna que juega con Horacio Rodríguez
Larreta dentro de Juntos por el Cambio. Los intendentes, por lo menos la
mayoría, la ven derrotada y repiten casi como mantra: que "la mitad de la gente no
contesta las encuestas, ni siquiera las que se hacen de forma presencial. Hay
que esperar". El olfato les dice otra cosa. La calle habla, los intendentes
escuchan, los punteros juegan.
Claro, entre las encuestas y las elecciones está la vida
diaria. Una democracia que cumple 40 años, pero que convive con demandas
insatisfechas. Una democracia, que según lo que dicta el paso del tiempo
tendría que estar madura, pero que articula tensiones entre dirigentes que
asumen argumentos adolescentes para enfrascarse en discusiones infantiles. La
crisis desordena todo, los discursos de campaña también.
¿Cómo se construye un discurso de campaña desde el borde del
abismo? ¿Cómo se genera esperanza si el futuro es una postal con la letra de
Cambalache que te recuerda que "al mundo nada le importa"? La taba cayó de
canto, no hay ganadores. La suerte le es esquiva al futuro de la patria que
tendrá que optar entre un peronismo que ya no promete el paraíso y una
oposición que ve la mesa servida para el ajuste deseado.
Las encuestas son los padres. Javier Milei, el candidato de
la Libertad Avanza, no se desinfla porque el malhumor sigue. Si la política no
termina de comprender lo que representa Milei, el libertario se llevará puesta la política. Probablemente no será en estas elecciones. Pero la
advertencia está hecha. La dirigencia tiene tiempo para cambiar el futuro que
llegó hace rato. Hay fuegos que sólo se apagan con gestión.
En la incomprensión del proceso está el error de Bullrich. Los
votos no van a la derecha, van a la cara que representa el hartazgo. Por eso,
con la mitad del camino electoral ya recorrido en las provincias, los liberales
no suman y la tendencia marca triunfos oficialistas.
Bullrich grita ajuste y represión. La gente quiere más plata
en el bolsillo y vivir en paz. En algún lado del complejo universo que atraviesan
las razones del voto esa promesa de campaña y ese deseo cotidiano se juntan.
Pero después, está la realidad.
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