Melina. Ricchieri y Marcos Sastre, Tigre. Crédito: Cecilia Gallo
Marina Peluffo (psicóloga) y Cecilia Gallo (licenciada en Ciencias de la Comunicación) supieron leer entre líneas los silencios de la ciudad de Buenos Aires, cuando la pandemia entró a nuestro país sin preguntar. A través del trabajo colaborativo y la acción participativa, armaron un proyecto que permitió ofrecerles trabajo y dignidad a personas al borde de la marginalidad. Así nació "Un libro por una oportunidad", una comunidad en Instagram que creció al ritmo de los contagios con un simple acto solidario: la donación de libros.
No se trata de historias de ficción, sino de problemáticas que afectan a un gran número de personas insertas en nuestra sociedad, pero sostenidas con alfileres. La fórmula es sencilla: alguien dona un libro, otro lo vende.
Un sistema infalible
Comenzaron con la persona que deambulaba por su cuadra. Armaron un video donde ellas, Marina y Cecilia, se presentaban explicando el proyecto y lo subieron a las redes sociales. El posteo tuvo tanta repercusión que empezaron a llover mensajes: algunos conocían a indigentes de su barrio a los que querían ayudar, otros tenían libros para donar. Si bien en los comienzos este proyecto estuvo dirigido específicamente a personas sin hogar, las administradoras hoy no ponen márgenes a la necesidad. Cada persona que precise del recurso es bienvenida.
Cuentan con un sistema simple y metódico. Una vez recibidos los libros se establecen criterios de selección de la materia prima, donde se descarta lo que no sirve y el resto se clasifica por género (Interés general e Infantiles). Y todo esto sucede en los tres puntos de donación con los que cuenta Un libro por una Oportunidad, y que están ubicados en Belgrano, zona norte (Martínez) y Recoleta. Según el género literario se acuerdan precios sugeridos de venta que, desde luego, fueron adaptándose al contexto económico, lo que permitió que el público accediera a los libros a un precio razonable y facilitara el intercambio.
Cada vendedor tiene un padrino o una madrina. Esto es, un vecino que se solidariza con la causa y que se encarga de ayudarle con el armado y el orden del puesto callejero, el stock de libros y las posibles contingencias, Son ellos quienes, incluso, intermedian frente al Gobierno de la ciudad para buscar soluciones a distintas problemáticas relacionadas con la vivienda o la salud. A su vez, estos padrinos y madrinas están conectados con las fundadoras en un grupo de chat a través del cual, además, una vez por semana se reúnen vía Zoom y tratan las novedades, avances o problemáticas de sus ahijados.
Angela, Zona Sur (Feria de Solano). Créditos: Cecilia Gallo
Los nudos de la historia
Como todo proyecto, los inicios tuvieron baches que sirvieron para lograr el éxito de hoy. Además de libros, los vendedores también necesitaban mantas para exhibirlos, carros o valijas para transportarlos y, por sobre todo, un lugar para guardarlos. Esto provocó que dejaran los libros a la intemperie, se mojaran e incluso que se perdieran. De ahí nació la idea de apadrinar a los puesteros con un vecino que estableciera lazos con los comerciantes de la zona y así pudieran dejar a resguardo el material.
Pero no todo fueron rosas: al principio los vendedores se desmotivaban enseguida, no volvían a los puestos o los cambiaban de lugar, no tenían horarios o desaparecían varias semanas. La mayoría de ellos no contaba con celular por lo que era imposible ubicarlos. Entonces se les aconsejó establecer rutinas con un horario fijo de al menos cuatro horas, al menos tres días a la semana. Y eso los organizó.
Marina y Cecilia hicieron la logística inicial por todos los puestos una vez por semana. A medida que la red fue creciendo, los mismos padrinos y madrinas se encargaban de hacer llegar los libros. Aunque también los vecinos se acercaban a los puestos que ya conocían y les dejaban material.
Capítulos aparte
Cecilia cuenta que pasaron por el registro más de trescientas personas a las que les armaban una ficha personal. Explica que la situación de vivir en la calle no es sólo un problema económico; también es padecimiento de problemas psiquiátricos, adicciones o quiebres de vínculos familiares, y -ante estas situaciones- muchas veces el seguimiento del vendedor se hace insostenible. Así y todo, asegura que estar en la calle vendiendo depende 100% de ellos.
A raíz de sucesos indeseados, como lo fue el levantamiento de algunos puestos por intervención de la policía de la ciudad, hicieron cambios en la forma de trabajo. Entendiendo que la contravención a la ley no estaba en la ocupación del espacio público sino en la venta, los vendedores serían llamados "libreros" que dan "regalos" con una compensación a voluntad.
Semillas necesarias
La divulgación del proyecto
@unlibroxunaoportunidad trajo consigo varias sorpresas. Por ejemplo, que algunos colegios tomaran la iniciativa como proyecto anual para trabajar en distintas aéreas del aprendizaje, y de esta forma, colaboraran con la causa. Ese es el caso del colegio San Tarcisio, que produce separadores o bolsas decoradas para que los libros puedan ser entregados para un regalo. Otros establecimientos organizan festivales a fin de año y piden, como costo de entrada, libros en buen estado que luego donan. Además, algunos alumnos suelen acercarse a los libreros, meriendan con ellos y generan lazos afectivos que los incentiva a seguir adelante.
Alejandro. Agüero y Gutierrez. Créditos: Cecilia Gallo
Historias paralelas
Muchos encontraron sus horizontes. Esa fue y es la historia de Alejandro que, gracias a esta ayuda, puedo reencontrarse con su familia en la provincia de San Luis y conseguir un trabajo en relación de dependencia. O la de Mario, que mantiene su puesto de manera autónoma y además consiguió trabajo en la iglesia en la que dormía. Otros pudieron pagar un alquiler y salir de las calles.
"Para mí lo más lindo es que se vuelva a leer y por un precio accesible, por eso enfatizamos en que el libro donado sea casi nuevo. Es muy valioso el que dona libros, pero también el que se vincula con el vendedor", dice Cecilia, quién además nos cuenta que la mayoría de los vendedores invierten sus horas de trabajo en la lectura, y que muchos de ellos se han identificado en las páginas de los libros, como ser el Martín Fierro.
La meta que para Marina y Cecilia representa el éxito es muy simple: que cada puesto se vuelva autónomo. Pero, mucho más aún, que las redes de contención y afecto sigan funcionando aun después de que el librero haya alcanzado su independencia.