San Clemente: Viaje al único faro argentino con elevador

El bonaerense Faro San Antonio es monumento histórico nacional y se puede acceder a su mirador sin necesidad de pisar uno a uno los 298 escalones de su estructura. Aquí, un recorrido por sus 130 años de apasionante historia.

6 de octubre de 2022

Era 1892. El mundo estaba muy activo. Seis años antes, Carl Benz había patentado un vehículo de tres ruedas, antecesor de los automóviles. En Nueva York se acababa de inaugurar el primer rascacielos, gigante para la época aunque tenía apenas 13 pisos. Los hermanos Lumière se preparaban para mostrarle al mundo un invento muy raro que causaría sensación: el cinematógrafo.

En Francia, se cortaban las cintas de la torre Eiffel, un bello esqueleto de hierro que fue inspiración para muchas otras obras. Justamente en ese mismo país, en ese mismo momento, varios ingenieros daban forma a una estructura también elevada, pero que viajaría mucho y tendría una gran historia.

Al otro lado del océano, el presidente Nicolás Avellaneda había encargado la construcción de un faro a la empresa especializada Barbier & Cia. Luego de concluida la tarea, las casi 100 toneladas de materiales fueron desarmadas como un gigantesco mecano, para transportarlas en barco muy lejos de Francia, hasta la Argentina.



Una vez que llegaron al país, esos hierros fueron llevados en tren hasta la ciudad bonaerense de Madariaga, y desde allí en carretones tirado por bueyes atravesaron los cangrejales del Tuyú hasta posarse en San Clemente, junto al Mar Argentino.
En esas playas, técnicos franceses, miembros de la Armada y paisanos unieron sus fuerzas para montar ese rompecabezas en 3D y poner de pie a ese enorme vigía de hierro que iba a tener la misión de orientar a los navegantes al sur del Río de la Plata.
Cada pieza de los 63 metros de altura del faro se subió gracias a las poleas improvisadas con sogas y con bueyes como contrapeso y tracción. La estructura, sostenida por tres pilares, iba tomando forma, con una columna central en cuyo interior se enrosca una escalera caracol de 298 escalones.



La torre estaba (y está) coronada por una cúpula cilíndrica dividida en dos cámaras, la primera para observación y la segunda como una sala de guardia e iluminación. Tiene un balcón perimetral, del que hoy se conservan partes de la baranda original.
Desde el 1 de enero de 1892, día oficial de inauguración, hasta 1926, su sistema de iluminación funcionó a querosén. Después se usó gas de acetileno, y a partir de 1970, energía eléctrica.

Un tornado y mucho más

Pero si fue difícil su traslado e instalación, operarlo tampoco sería tarea sencilla. La soledad, el aislamiento y lo inhóspito de estas playas hacían que la tarea de los fareros tuviera ribetes de epopeya. Abastecerlos de provisiones, por ejemplo, demandaba todo un operativo. Un barco traía las mercaderías hasta donde se pudiera aproximar y a su encuentro partían de tierra firme dos carretas.
Pero lo más complejo de todo era, sin dudas, sobreponerse a los embates de la naturaleza. En 1917 la violencia del viento puso a prueba el vigor de este guardián de la Bahía Samborombón: un tornado de gran intensidad lo azotó, giró su estructura y rompió una de sus patas de hierro, aunque el faro se mantuvo en pie. Sin embargo, los constructores franceses debieron repararlo usando un trípode a modo de crique.
El segundo episodio dramático ocurrió en 1986. Un incendio se desató en la casa que estaba construida en la base. El tubo central del faro actuó como el tiraje de una gigantesca chimenea. Con nobleza, el viejo centinela de mar soportó ser sostenido por un trípode, y se le hizo una nueva reparación.


No obstante, lo que no logró destruir ni el tornado ni el fuego casi lo consigue el tiempo. Después de más de 100 años, el Faro San Antonio comenzó a mostrar signos de agotamiento, con huellas de óxido en su piel a causa de la sal. Por eso en 1996 se hizo una tarea que demandó 184 días, y que involucró a ingenieros, arquitectos, expertos soldadores y operarios especializados en trabajos a gran altura. Colgados de arneses a más de 60 metros, desafiaron a los vientos del océano Atlántico para restaurarlo y para que los visitantes pudieran volver a subir y visitarlo. Desde 2010 es Monumento Histórico Nacional, y cinco años más tarde se lo señalizó con el Emblema Azul, que lo protege ante eventuales conflictos armados. Tras la Segunda Guerra Mundial, la UNESCO aprobó la Convención de la Haya (1954) que incluye este resguardo de los bienes culturales en caso de que se suscite una nueva contienda bélica.

Cada uno, reconocible

Cada faro en todo el mundo tiene una identificación visual, que lo caracteriza tanto de día como de noche. De día se los reconoce por los colores con que están pintados. Por ejemplo, el San Antonio es a rayas blancas y negras. Y de noche, por la intermitencia con la que gira su luz. Este dato les permite a los navegantes reconocer a la distancia a cada faro en particular, y era útil antiguamente cuando los sistemas de ubicación no ofrecían la precisión de los que tenemos hoy.
En este faro hay 1.4 segundos de luz y 15.6 de eclipse. El foco es visible a 48,5 km de la costa. Desde la parte superior, el paisaje circundante se puede observar a través de una garita de vidrio, con 14 ventanillas rectangulares. El casquete esférico que cubre el faro sostiene una veleta cuya asta sirve también como pararrayos.


El Faro San Antonio se llama así porque fue emplazado en el Cabo San Antonio, que a su vez debe su nombre a quienes fueron los primeros en registrarlo, navegantes de la expedición de Hernando De Magallanes, uno de cuyos barcos se llamaba, precisamente, San Antonio.
En Argentina, hay 64 faros dependientes del Departamento de Balizamiento del Servicio de Hidrografía Naval, distribuidos en 4725 kilómetros de costa atlántica que se proyectan hasta la Antártida.
Catorce de ellos están habitados por personal de la Armada Argentina, mientras que diez integran el Sistema de Faros Centenarios, declarados Monumentos Históricos Nacionales.
Pero más allá de esa impronta cultural, el haz que emana de esta torre es símbolo de humanidad, asistencia y guía para la preservación de vidas. Esa luz representa un par de ojos siempre despiertos para velar por cada persona que llegue desde el mar.

Cómo visitarlo

Para conocer el faro no es necesario pagar la entrada en Termas Marinas Park. Basta con anunciarse en el acceso al parque. Cada persona que desee ascender en el elevador hasta el mirador tiene que abonar $750. Hay dos visitas guiadas diarias: una a las 14 y otra a las 17.